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El baúl de Mawey

ALPINISMO DE PASILLO

ALPINISMO DE PASILLO
(O cómo ganar siempre en la hípica)

Ahora, cuando regreso de vez en cuando por Majadahonda, ¡Dios mío, que de cambios noto!.
De aquel pequeño y alegre pueblo entre zarzas y cañaverales no queda practicamente nada, salvo el nombre. Se ha tranformado en un batido entre pueblo y ciudad, mezclando los típicos ingredientes que un urbanita mediocre necesita para creerse que vive en California: cientos de rotondas enanas, cientos de plazas abandonadas a la suerte de los gamberros callejeros, jardines moribundos que sólo sirven para beberse todo el agua, carriles para bicicleta -para UNA bicicleta-, hormigueros de chalets, "pisos adosados", casonas, casuchas, cientos de centros comerciales y lugares de moda, una telaraña de calles sin señalizar, que no conducen más que a la desesperación del conductor que desconoce tamaña trampa vial.

Recuerdo cuando con dieciseis años montaba en bicicleta por el pueblo (casi siempre la pinchaba, pues había poco asfalto y mucha piedra, pero no importaba: entonces sabíamos arreglar un pinchazo sin ir al CICLOBOXER). Por aquel entonces ya comenzaban a surgir los primeros "famosillos" por el pueblo -actores de teatro y algún presentador de televisión-, conduciendo flamantes coches. Les saludabas con la mano al pasar, y te contestaban sonrientes. Aquellos primeros famosos buscaban un lugar tranquilo, apartado de la ciudad pero al mismo tiempo suficientemente cerca y bien comunicado. Eran amables, y agradecían tu reconocimiento y tu saludo. Pero preferían vivir anónimamente.

Pero pasó el tiempo, Franco se mudó al Valle de los Caídos, el país comenzaba a hincharse como un globo de fiesta, lentamente. ¿La transición? no fue sólo política. Transición sexual (del invierno al verano), transición social (era divertido que dijeran que todos eramos iguales, y encima tu te lo creías), transición económica (el dinero corría de unos bolsillos a otros, se escondía, se limpiaba, y emigraba) y transición religiosa (la gente dejaba de ser católica para empezar a creer en las meigas, incluso en Rappel).

A Majadahonda llegaron en tropel más presentadores y actores de segunda, tercera e incluso de inventadas categorías -si no consigues pertenecer a una categoria, te la inventas-. Y tras ellos, llegaron por fin los politicos; ser político por aquel entonces era fácil: simplemente dabas gritos y consignas sin sentido en todas las manifestaciones para hacerte notar, incluso podías "montar el pollo" arreando con la muleta contra los cristales de las tiendas y las cabinas telefónicas; por último, esos que... nunca fueron políticos, ni escritores, ni historiadores, ni gobernantes, ni economistas, ni pensadores, ni filósofos, ni siquiera deportistas, pero que no tenían vergüenza para hablar sobre todo; y sobre todo, escribir sobre los demás: Los periodistas.

El pueblo creció como un vergel de principiantes a famosos sin escrúpulos.
Claro que todo esto no sólo pasaba en Majadahonda. También en Pozuelo y otros pueblos de los alrededores. Una nueva sociedad de élite se aposentaba a principios de los años ochenta en los alrededores de Madrid, imponiendo en pocos años su forma de ser y de hacer (quizás debería decir amontonar, mandar por huevos, desempolvar la invisible gorrita de dictador, manipular alimentos para el alma con las manos sucias).

La tela de araña iba extendiéndose lenta pero firmemente. Se invertía mucho dinero "negro" en construir casitas "blancas". Los famosos -todo el mundo era famoso- compraron casas, terrenos y centros comerciales -recuerdo algún famoso en su "pub" o restaurante durante el fin de semana, atendiendo amablemente a sus amigos-. Muy pronto tomaron las riendas ocupando los puestos clave en las alcaldías (nada mejor que un "famosillo" en un mítin para conseguir los votos de un pueblo atraído por aquel circo de ideales ambulantes).

La imagen lo era todo -dónde habrán ido a parar las famosas chaquetas de pana, la barba a medio afeitar, la rosa y la bufanda roja-. Pero había que saber apostar al caballo ganador -me vienen a la mente las carreras de caballos, la famosa cuadra de Mendoza, los encuentros en el Hipódromo de la Zarzuela-.

Por aquella época el PSOE y la izquierda eclosionaban con fuerza -el hambre de poder empujó siempre "palante"- y esperanza -sembrada artificialmente por un circo al mejor estilo americano- en nuestro país. ¿Enfrente? enfrente no había nada. No habia ni Norte ni brújula. Ni siquiera el joven pero caduco centro parecía una pobre diana tan taladrada, que no se sostenía en pie después de una transición que supo a robo y fuga en "ro" mayor. A la derecha sólo quedaba un armario vacio, donde únicamente colgaban algunas camisas azules, eso sí, muy bien planchadas. Curiosamente esas camisas desteñían para toda la vida, y aunque algunos intentaron disfrazar ese color azulado de sus ideas tapándose con bufandas rojas, tuvieron que inventarse sus anécdotas sobre la dictadura para pintar de rojo su triste y vacío curriculum -no habia papeles para demostrar nada, porque las dictaduras también sirven para eso: para olvidar tu propia historia. Aquel que olvida su historia, no solo está condenado a repetirla, es que seguramente le gustaría repetirla. Quizás por eso nacen siempre nuevos dictadores--.

Un numeroso y grisáceo clan no estaba dispuesto a quedarse en la sombra o perder viejas posiciones, y metieron sus dedos en el merengue del enorme pastel que se había derramado sobre España. Querían sacar -o seguir sacando- tajada del "batiburrillo" político de la época, y movidos por la ambición y el necio orgullo del reconocimiento público, no dudaron en usar cualquier idea, medio, personas y métodos. Me viene a la cabeza la imagen de un gran literato y vecino de la "villa" de Majadahonda; gran amante de la buena vida y del dinero -de estas dos facetas estoy seguro- así como de las mujeres y de sus libros -"yo he venido aquí a hablar de mi libro"-. Por fin la revolución industrial y el márketing habían llegado incluso a la literatura.

No tuvieron escrúpulos en apostar por la izquierda -¿Por quién sino?-, aunque el cambio de chaqueta fuera más escandaloso que un streptease papal. Lo importante era ser reconocido, subir, llegar, asomar la cabeza en la foto y ganar. Para este pequeño pero importante grupo de personas, el fin justificaba de sobra los medios; aunque los medios fueran notoriamente públicos -radio, prensa, televisión, noticias que son publicidad encubierta...-.
A los pocos años no dudaron en cambiar el paño por la seda, la bufanda por la corbata, el seat por el BMW o el jet privado y el piso de tres dormitorios por el chalet de cuatro amantes.
Poco a poco fueron introduciéndose en la dinámica del Madrid cultural, de la llamada "Movida madrileña", promovida por Tierno Galván -Ay Tierno, si levantaras la cabeza- inocentemente rodeado de alpinistas de pasillo.

Recuerdo igualmente como las fiestas del pueblo pasaron de ser una divertida mediocridad a poseer sorprendentemente la capacidad de reunir a los mejores cantantes y grupos de la época, en aquella apestosa plaza de toros desmontable. Acapararon las noticias, los anuncios, la radio, las tertulias, los eventos culturales de cualquier índole, ocupando los puestos clave en la mal llamada prensa libre. Lo de menos era ser periodista, mientras tuvieras contactos podías incluso radiar una carrera de caballos, inventarte el tiempo para mañana, o cantar los resultados de la quiniela).

Al mismo tiempo y dado el caos de papeles que exístia a nivel nacional, por otro lado normal durante la transición, era muy fácil para semejantes trepadores del merengue inventarse currículums que les engrandecían de colina a cordillera -¡Ay! esos directores de cargos públicos, ahora en la cárcel-. Y así, en pocos años, asistieron y participaron a todos los actos "culturales" promovidos por los ayuntamientos afines al poder, se inventaron foros de debate sólo para ellos, concursos literarios, etc.

Un gran paso para los alpinistas, y mil pasos atrás para este país.
Pero, ¿quién no se sentía atraído por tanta fornicación cultural y gratuita? ¡La tajada era tan suculenta y tan llamativa!. Ser reconocido como "poeta", "escritor", "escultor", "filósofo"... Ganar concursos unipersonales, publicar libros con fondos públicos, dar conferencias "a cappela", ser doctor honoris causa sin honra ni motivo, incluso... ¡codearte con Cervantes! -hubo alguno que "se columpió" cuando comentaba la obra actual de algún clásico fallecido siglos antes-.

En seguida las editoriales les dieron crédito -como no, los bancos también-, y comenzaron a publicar obteniendo sorprendentemente una ingente cantidad de premios. Pasaron a formar parte en jurados de poca estopa -¿qué pintaba un misógino director de cortos que tenía menos taquilla que un heladero en el polo, en un jurado de un premio de poesia?-, premios de poca estopa pero mucho nombre -La publicidad estaba asegurada pues controlaban los medios de comunicación-.

Y así surgió esta especie de "lacra" mediatizadora de la sociedad cultural, con un origen de izquierdas sospechosamente fraudulento y maloliente, que a modo de medusa se instaló en nuestro vivir cotidiano, ganando cada día más adeptos ansiosos por comer del mismo pastel -que nadie confunda la izquierda con este grupo de alpinistas de pasillo-.
Cercenando cualquier mano, voz o movimiento que criticara su forma de actuar y su "modus operandi y vivendi", enjaularon y enmudecieron la libertad de expresión en todo aquello que pudiera perjudicarles: Jurados, concursos, reportajes, periódicos, radio, editoriales...

¡Cuántos cambios políticos hemos vivido en las últimas décadas!
Y sin embargo, ese pequeño e importante grupo de mediocres -pero inteligentes- vividores, sigue chupando cual ladilla agarrada a los cojones del poder de este país, independientemente del partido que gobierne. Eso somos: Un país eternamente pillado por los huevos.
Y es que el poder, se alía siempre con los medios de comunicación: Prensa, radio, televisión, internet; y con los bancos, naturalmente. Faltaría más. Porque lo importante para que una dictadura sea democrática es tener a la opinión "pública" privatizada, monopolizada y manipulada.

Y si decides que esto no puede seguir siendo así, ya puedes ir preparando las maletas y emigrar. Por cierto, el exilio político ya no existe, este país es demócrata, con plena libertad de expresión y con un gran sentido de la justicia equitativa y social. Si no estás de acuerdo te vas, o te atienes a las consecuencias. Pues efectivamente, hemos democratizado la dictadura, hemos industrializado los sentimientos, sigue siendo la patada uno de nuestros deportes favoritos, la lengua se ha dividido -somos la envidia de todas las serpientes- y nuestra saliva es cada día más ácida.

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¿Quieres participar en un concurso digno, con garantías?
Asegúrate que el jurado está formado por buenos escritores, que conoces sus libros y los has leído, que son independientes políticamente, que han conseguido en su vida muy pocos premios -e incluso, ninguno-. Escritores cuyo conocimiento de la literatura o la poesía es realmente admirable, reconocible y comprobable.
Asegúrate que no tienen relación alguna con la prensa escrita o radiada, en especial la que tiene tintes políticos y tendencias partidistas.
Asegúrate que se ganan la vida dignamente con su trabajo, que no viven de la publicidad ni el escándalo, que hacen honor a las letras y son leales a sus libros, a su pensamiento y a su vida, sin curriculums inflados o inventados.
Asegúrate que los méritos anteriores de los participantes no importan, sino la calidad literaria de la obra presentada.
Asegúrate que el resto de los participantes pueden tener igualmente acceso a la misma información, que todos pueden saber quienes son los demás participantes, que todos saben quien es el jurado antes del fallo, y no después.
Asegúrate que no se añade a nadie después, y que el jurado no conoce personalmente a ningún participante, ni sus nombres ni apellidos, ni siquiera el alias de los mismos.
Asegúrate al final, una vez declarado el fallo del Jurado, que se puedan conocer y leer el resto de las obras presentadas, sin que sea necesario conocer el nombre del autor.
Asegúrate que no te roban tu obra.
¿Crees que encontrarás algun concurso con esas características, en este país?

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Efectivamente, siempre fuimos un país de larga tradición montañera.
Nos hemos modernizado tanto, que hemos recortado nuestras montañas para construir laberintos de torres, despachos y pasillos.
Pero en ellos sigue vivo ese espíritu ancestral, y seguimos inevitablemente practicando nuestro deporte favorito: El alpinismo de pasillo.

M.A.W. 26 de Septiembre del 2004

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